lunes, 30 de marzo de 2009

FELIZ CUPLEAÑOS, SOCIEDAD

Relato de Arturo Torres.

Harry se detuvo un momento en medio de la calle. Saco su agenda electrónica y revisó los planes que aún le quedaban por realizar. Había acabado los trabajos de la mañana, y tenía una hora y media para comer. Sacó la tarjeta de consumición; ya había utilizado una de las tres comidas de las que dispone cada ciudadano. Su mirada se distrajo un momento, dirigiéndose a un cartel en uno de los tranvías que pasaron cerca: “Seis horas de trabajo, dos de ejercicio, tres horas de relaciones sociales y diez horas de sueño: tú, sólo déjate llevar”. Siguió observando el resto de carteles del tranvía: “Nuevas tarjetas de consumo, ejercicio, sociabilidad, descanso y muerte, ahora totalmente renovadas para celebrar este 2143. Feliz cumpleaños, sociedad” El tranvía comenzó a moverse a gran velocidad, y Harry pudo ver solo una imagen más. No logró leer el texto, pero la foto del monte y el verde prado la asoció rápidamente al cartel qué más se repetía en aquella ciudad: “Te garantizamos tu felicidad, tú sólo confía”. Al leer aquellos carteles una sensación de tranquilidad y felicidad le invadió todo el cuerpo.
Volviéndo a su agenda electrónica, desplegó el mapa virtual y señaló el punto de consumición más cercano. Tardó unos diez minutos en llegar. No estaba muy lleno, y no tuvo que esperar demasiada cola. Cuando llegó su turno, el dependiente le saludó. Harry le extendió su tarjeta de consumición:
-Hoy me corresponde un menú 2 – dijo cuando el dependiente insertó la tarjeta en el ordenador.
-Exactamente. - contestó el empleado cuando vio el ordenador. ¿Sabe que tengo que echarle unos gramos de magnesio, verdad?
-Si, claro que si.
Todavía restaban 25 minutos de su tiempo de comida. Junto a decenas de personas que también se encontraban en la calle, sacó su agenda electrónica de nuevo. Le quedaban tres horas de trabajo, y luego podría ir al centro de ejercicio de siempre. Varios gritos le hicieron distraerse un momento. Entonces pudo ver como un hombre corría chillando por la calle. Estaba totalmente desnudo. Harry se quedo inmovilizado, sin saber que hacer, hasta que el hombre desnudo se chocó contra él. Se miraron mutuamente, y Harry no pudo evitar realizar una expresión de asco y desconcierto. Ambos se miraron fijamente. Pudo ver como en sus ojos caían lágrimas que escapaban hacia el suelo gritando “libertad”. A pesar de la situación, Harry pudo ver en él cierta expresión de felicidad. Inmediatamente llegaron las fuerzas de seguridad. Era la primera vez que los veía. Entre gritos, lograron reducir al individuo, llevándoselo de allí. Sin saber que hacer, Harry se quedó quieto un momento. Al poco rato, sacó su agenda electrónica, y se puso en marcha hacia el centro de trabajo.

Harry salió a las 8:30 de su casa. El día estaba claro, y era una mañana tranquila. Tenía que dirigirse al centro de consumo y, a las 9:30, al centro de trabajo. Un tranvía pasó cerca de él. La primera imagen que vio fue la típica fotografía del paisaje verde, con el cielo azul y el sol reluciente. El anuncio le transmitió, como siempre, una sensación de tranquilidad y felicidad. En ese mismo instante, la figura del loco desnudo comenzó a rondarle por la cabeza. Miró a su alrededor, y entonces se dio cuenta de algo en lo que no había reparado nunca: todo estaba lleno de edificios, excepto algún parque artificial. Nunca había visto el paisaje de la fotografía. La sensación de tranquilidad rápidamente fue sustituida por un sentimiento de agobio. Rápidamente se dirigió al centro de consumo. No podía dejar de pensar en el loco desnudo. Cuando se disponía a entrar en el edificio, se detuvo. Una idea en la que jamás había pensado comenzó a surgir dentro de él: ¿Y si no entraba? ¿Y si aquel día no le apetecía estar en el centro de consumo? Y entonces, sin ninguna explicación, se dio la vuelta. Lo mismo hizo con el
centro de trabajo y el centro de ejercicio. Simplemente deambulaba por la ciudad, sin ir a un lugar determinado. De repente, comenzó a dolerle el estómago. Era algo que jamás había sentido. Llevaba todo el día sin comer. Sacó su agenda electrónica y vio que no había hecha nada de lo que le marcaba. Estaba anocheciendo, y todavía se encontraba en la ciudad. Un sentimiento de soledad le acompañaba mientras caminaba por las silenciosas y vacías calles. No podía evitar tener miedo ni sentirse mal. Nunca había hecho nada parecido, y no todavía no sabía si estaba bien o mal.
A la mañana siguiente se levantó a la misma hora. Temiendo que las fuerzas de seguridad fuesen a su casa debido a las irregularidades en su agenda, ese día decidió hacer lo de siempre. Al salir de su puesto de trabajo, sacó su agenda electrónica y se dirigió al puesto de consumo más cercano. Se dirigió al mostrador, y sacó su tarjeta de consumo. Entonces, al mirar al dependiente, se dio cuenta de que era el hombre desnudo, el abanderado de la libertad que corría gritando por las calles, el causante de que Harry el día anterior eliminase toda su agenda. Ambos se miraron fijamente. Sintió ganas de abrazarle y llamarle héroe, pero a la vez sintió un gran temor. Fuese como fuese, finalmente Harry sólo pudo pronunciar unas pocas palabras:
-Hoy me toca el menú 2

1 comentario:

  1. FANTASTICO, Arturo!
    Felicidades, es uno de los relatos que más me han gustado, jaja, y es que los retratos "orwellianos" me encantan.
    La utopía de una sociedad robótica, la desnaturalización del hombre, y un destello de libertad entre los edificios. Ingredientes que combinan perfectamente en tu relato para desembocar en un final totalmente abierto...
    Pues hala, continue in that way!

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